Preservar el militarismo a toda costa, eco del orden y progreso porfirista

4 de abril de 1914. Según un editorial del periódico El Independiente “sólo un gobierno militar era capaz de garantizar la paz en la nación”. El texto “El gobierno constitucional” publicado hoy reflejó la conciencia de la élite gobernante del porfiriato y del alto mando de ejército huertista en su mayoría provenientes de esa época.

Para esas minorías de alcurnia económica o castrense, sólo el ejercicio del poder autoritario, totalitario, vertical, al amparo de la fuerza de las armas, preservado mediante el miedo, era la forma ideal de gobernar.

La experiencia democrática contraria a todas sus creencias los había horrorizado.

La sola idea de participación del pueblo en la esfera del poder era inconcebible. Así terminaron con el presidente legítimo Francisco I. Madero. Así entronizaron al general Victoriano Huerta. Así precipitaron una Revolución social. En sus términos, los voceros del poder así comprendieron la ciencia política:

“El general Díaz comprendió que la paz era imposible sin dar entrada a todos los militares, cualquiera que fuese su color político, e impulsado por instinto de supremo egoísmo, inició la buena obra de unificar el ejército, y fortaleció, por modo indirecto, la supremacía indiscutible del Estado. Y el triunfo habría sido definitivo, si a la mitad del camino el general Díaz no hubiera perdido la brujala.

General Victoriano Huerta

Celos políticos, apetitos insaciables y ensueños civilistas entorpecieron la obra de la militarización nacional, y cuando, por obra necesaria y fatal evolución, se presentó en quiebra el porfirismo, el ejército mexicano se encontró débil e impotente para resistir a la anarquía, que es consecuencia obligada de largas y penosas dictaduras.


“Por esto la anarquía pudo sobreponerse, y ha sido tan difícil reprimirla.

Pero en la victoria definitiva del ejército están vinculados los más altos intereses de la patria, su soberanía, su honor, su vida y su civilización, y, por ello, los primeros desastres no hicieron otra cosa que acrecentarlo y hacerlo más fuerte y aguerrido. Y hoy comienzan las victorias a realizarse, y la pacificación no se hará esperar, coronando la obra del general Huerta.


“Pero se engañan los que creen que, hecha la paz, habrá llegado la época del civilismo. Esto es absolutamente falso o perfectamente utópico. Aun hecha la paz, el ejército tendrá que seguir siendo numeroso y formidable, porque solamente al amparo de su fuerza podrá subsistir un gobierno que, dando garantías al capital, realice la evolución previa que es imprescindible para que México salga del periodo militar, y entre de lleno en el industrialismo. Entendida sin hipocresías, ni delirios, la situación, claro está que el primer deber de los intelectuales mexicanos es dar generosa y ampliamente toda su cooperación a los gobiernos militares, para que la República llegue al fin a la paz orgánica, que sólo será una bella realidad por la práctica de las instituciones democráticas. Aceptemos honrada y lealmente nuestro determinismo político, y México habrá pasado de los gobiernos teocráticos y militares al gobierno genuinamente constitucional”.

Para una élite de los mexicanos de la época, los gobiernos militares eran la única opción para garantizar la paz en el país. Muchos ciudadanos sólo conocían la dictadura militar como forma de gobierno.

La dictadura de Porfirio Díaz (1876-1911), el breve gobierno civil de Francisco I. Madero (1911-1913) y la dictadura de Victoriano Huerta (1913-1914) apoya esta opinión.

La idea de un caudillo militar, autoritario, capaz de conducir al país al progreso prevaleció por varias décadas hasta 1946, cuando el gobierno recayó en el licenciado en Derecho, Miguel Alemán Valdés, y dio por concluida la tradición de gobiernos encabezados por militares.

Victoriano Huerta, retrato. 1913. © (687593), México, Secretaría de Cultura – INAH – Sinafo – FN.

Via INEHRM

Por PanchoVillaMx