Gildardo Magaña y Pancho Villa en la Penitenciaría de Lecumberri
A mediados de 1912 Emiliano Zapata envió a Abraham Martínez y los hermanos Gildardo y Rodolfo Magaña a entrevistarse con Emilio Vázquez Gómez en San Antonio, Texas, y a buscar a Pascual Orozco en Chihuahua. Vázquez les contó lo que había detrás de la rebelión de Orozco (los intereses de la oligarquía y particularmente el clan Terrazas-Creel), por lo que resolvieron ya no ir a Chihuahua.
De regreso con un cargamento de parque de contrabando, Abraham y Gildardo fueron aprehendidos en la ciudad de México y conducidos a la penitenciaría (Lecumberri). También fue aprehendido y conducido a la cárcel junto con ellos, el líder obrero Luis Méndez. Gloso a Gildardo Magaña (Habla en plural para referirse a él, no a los tres zapatistas):
En la misma crujía se encontraba también prisionero Francisco Villa, salvado de las manos de Huerta como ya dijimos. Dos o tres días teníamos de recluidos en la celda, de la que no habíamos salido ni el corto tiempo que conforme al reglamento se concede a los presos para tomar el sol, cuando una tarde, al oscurecer, de improviso, un hombre de recia complexión abrió la puerta de la celda, penetró a ella y volviendo a cerrarla, en tono marcadamente afable, acercándose hasta la cama nos dijo:
—Oiga, amiguito, ¿por qué lo guardaron? ¿Se le durmió el gallo?
—No, señor —le contestamos—, no se me ha dormido ningún gallo, ni sé por qué me han traído aquí.
—Ande, ande, no se haga; si ya sé que usté es zapatista y por eso lo vengo a vesitar; yo soy Villa; quero que séanos amigos. ¿O no me mira cara de hombre?
—Mucho gusto en conocerlo y mucha satisfacción en que seamos amigos —le repusimos—; pero yo no sé la causa de mi detención.
—No empiece, amigo, no empiece; yo quero que me tenga confianza, no ve que a mí me tienen también enjaulao, todo… por culpa de ese… (y aquí soltó una frase un tanto candente con dedicatoria para Victoriano Huerta)… Así es que ya le digo —agregó visiblemente contrariado por el recuerdo de su exjefe— quero que séanos buenos amigos y que nos mírenos como compañeritos, al cabo ya ve que lo semos de cárcel. Bueno, ya me voy; ay vendré mañana pa que échenos la platicada. Que pase buena noche —terminó y saliendo de la celda, se retiró a la suya.
No dejó de impresionarnos fuertemente la visita de aquel hombre, quien nos habló con ruda franqueza y a quien juzgamos sincero. Al día siguiente, como a las 10 de la mañana, el celador, que antes se había portado excesivamente enérgico, abrió la puerta de la celda para que penetrara un preso de los del “orden común” que servía de asistente al guerrillero.
—Aquí le manda esto el jefe Villa —dijo y nos entregó un cajón que contenía galletas, dulces, puros, cigarros, aguas gaseosas, latas, etcétera. Parecía un envío para un estanquillo. Tomamos un sifón y alguna otra cosa, e indicamos al portador que con eso era suficiente; que se llevara el resto y diese las gracias a su jefe; pero se opuso, contestando:
―¡Qué va! ¡Qué me voy a llevar, al contrario, el jefe va a traerle algo más que encargó! Es rebuena gente, aquí todos lo queremos, los empleados y los compañeros. Dos días después, Villa se presentó nuevamente en la celda.
―¿Le trajieron un entrieguito que le mandé, amiguito?
―Sí; muy agradecido por él; pero usted me surtió como para un mes.
—Pos quen sabe cuánto tiempo nos echaremos todavía en estas prisiones, amiguito. Oiga, ora no me lo incuentro tan bronco como el otro día que vine; bueno; no nos conocíanos; pero ya verá cómo vamos a ser buenos amigos; yo también, ya mira, soy vítima de las injusticias; pero quera Dios que algún día sálganos de aquí si quera pa poder trabajar en calma.
Ya ve lo que dicen de mí, que soy muy malo, que´l bandido Villa pa’cá; que´l bandido Villa pa’llá y todo es no más porque no me queren. Yo no niego que haiga sido bandido, amigo, sí juí bandido, porque tuve que desfender la honra de mi hermana y en la lucha de hombre a hombre, le tocó cáir al que quería burlarse de toda la familia, no más porque éramos probes; pero el probe siempre pierde. Si a mí me hubiera tocado morirme, el dijunto se hubiera burlao, con todo descaro de mi familia y a mí me hubiera echao de abono pa sus milpas; yo soy d’esa clase de bandidos, amigo; pero pa eso se necesita ser primero hombre.
Cuando la Revolución, yo quiaque les había dado a la juerzas del Gobierno hasta por debajo de las muelas y juí el primero que le sonó a la Federación, antes que‘l orejón de Orozco. Y ese desgraciado orejón me engañó cuando lo de Cuidá Juárez, que quiso desconocer al Jefe; pero yo le ofrecí al siñor Madero que le sería fiel hasta que me muriera y se lo tengo que cumplir.
Por Pedro Salmeron