Termina “la larga marcha” de Venustiano Carranza
12 de septiembre de 1913, termina la larga marcha de Carranza.
A mediados de 1913 los federales lanzaron una poderosa ofensiva contra los revolucionarios de Coahuila para tratar de destruir la jefatura nominal de la Revolución; mientras tanto, en Sonora se habían consolidado el gobierno revolucionario y unas fuerzas militares exitosas y fogueadas. Por ello, don Venustiano Carranza tomó la decisión de mover su cuartel general a Sonora.
Don Venustiano pudo haber cruzado de incógnito la frontera en Piedras Negras, para viajar en ferrocarril hasta Nogales, Arizona y, cruzando nuevamente la frontera, presentarse en Hermosillo dos días después. De hecho, ya se habían hecho arreglos para facilitar este viaje, con la anuencia del gobernador de Texas; pero Carranza se negó terminantemente a salir del país, declarando que el jefe de la Revolución no podía ni debía abandonar el territorio nacional, por lo que decidió emprender el viaje por tierra. Para ello, aceptó la invitación que le hicieron algunos rebeldes de La Laguna para que los mandara personalmente en el asalto a la plaza de Torreón.
El 12 de julio, con 35 laguneros que mandaba Víctor Elizondo, media docena de civiles entre los que destacaban Jesús Acuña y Gustavo Espinosa Mireles, y algunos oficiales de su escolta encabezados por Jacinto B. Treviño. En el camino se les unieron otros revolucionarios, muriendo en el ataque a Estación Madero el valiente coronel Gregorio García.
Según Juan Barragán, al llegar frente a Torreón don Venustiano asumió el mando de las fuerzas duranguenses y laguneras que ahí se habían concentrado, tratando de organizarlas y dirigirlas al combate, «labor que resultaba difícil por la baja calidad de los contingentes, que desconocían tanto la disciplina militar como los requisitos más indispensables del mando militar».
Al frente de esta gente, Carranza ordenó un ataque que fue sostenido durante ocho días, del 22 al 30 de julio de 1913, cuando hubo que suspender el ataque «tanto por la superioridad de los federales (en hombres, artillería y pertrechos de guerra), como por las dificultades surgidas entre los principales jefes revolucionarios».
En uno de esos eventos, la gente de Calixto Contreras estuvo a punto de linchar a Carranza, por su estilo tan distinto del de los jefes campesinos, y fue el propio jefe Contreras quien calmó a su gente, salvando a Carranza. Así, «ante la inutilidad de seguir atacando la plaza con semejante contingente», salió para Durango.
Las cosas, en realidad ocurrieron de otro modo. Las fuerzas laguneras y duranguenses tenían mayor experiencia en combate que las que don Venustiano había dejado en la región de Monclova. De hecho, los duranguenses acababan de tomar a sangre y fuego la ciudad de Durango, primera capital de estado conquistada de manera definitiva por la revolución (porque Hermosillo estuvo en poder de los revolucionarios desde el primer día, es decir, no fue tomada, y Zacatecas fue ocupada brevemente). Las fuerzas que tomaron Durango tenían su origen en contingentes maderistas convertidos en cuerpos irregulares que hicieron con eficacia la campaña contra Orozco y que se levantaron en armas en su estado natal antes de que el propio Carranza rompiera con Huerta.
Así pues, la primera batalla de Torreón en la revolución constitucionalista, la iniciaron los seis o siete mil hombres de Durango que habían elegido como jefe provisional a Tomás Urbina, «el león de Durango». El 20 de julio estas fuerzas batieron a los federales en La Loma y el 22 desalojaron a la guarnición de San Carlos, mandada por Argumedo. Ese mismo día, Calixto Contreras ocupó Lerdo y Gómez Palacio, iniciándose el asedio de Torreón. La batalla, que avanzaba de manera exitosa, cambió cuando llegó Carranza y el jefe Urbina le cedió el mando.
Don Venustiano ordenó un ataque general el 27 de julio, y fue entonces cuando empezaron a suscitarse varios conflictos entre distintos jefes y de algunos de ellos con Carranza y sus oficiales.
Y es que Urbina, Contreras, Pereyra o Robles eran hombres de pasta distinta de la de los jefes coahuilenses a los que Carranza estaba acostumbrado a tratar: de origen y vocación indudablemente populares, con trayectorias y aspiraciones que los hacían aceptar muy a regañadientes el remoto liderazgo nacional de Carranza, a quien consideraban que no le debían nada, no estaban satisfechos con el tipo de disciplina que el Primer Jefe quiso imponerles de un día para otro, ni con sus disposiciones, que consideraron desacertadas. En fin, tras el fracaso militar (Carranza no era tonto: fue la última vez que pretendió mandar una batalla), con su pequeña escolta se embarcó en ferrocarril a Durango.
De camino a Durango, el 2 de agosto de 1913 Carranza envió sus despachos de generales brigadieres a Urbina, Contreras, Pereyra y Domingo Arrieta, para que lo fueran por disposición suya y no como lo eran ya, por decisión de los soldados revolucionarios de sus corporaciones. El día 4 llegó a Durango, donde el gobernador Pastor Rouaix lo reconoció formalmente como Primer Jefe. De ahí partió a Canatlán, paso por Nieves, donde pidió ayuda a Urbina para su viaje y este, que tenía más de 2,000 hombres bien armados y montados, le dio una yegua y sesenta pesos. En Parral lo recibieron los generales Maclovio Herrera y Manuel Chao, que dominaban la zona desde varios meses atrás, quienes le dieron elementos para la travesía por la sierra Tarahumara.
Con una escolta de 120 hombres, Carranza partió de Parral, pasando por Santiago Papasquiaro, y Guadalupe y Calvo, para llegar a Chinibampo (hambrientos y sucios), el 12 de septiembre, dos meses después de su partida de Cuatro Ciénegas. Dos días después se encontraría con Álvaro Obregón en El Fuerte, iniciando así una alianza decisiva.
Al instalar su Cuartel General en Hermosillo, Carranza empezó a convertirse en la realidad, en el Primer Jefe de la revolución.
Por Pedro Salmeron.