¿Sabías que Emiliano Zapata sabía hablar y escribir náhuatl?
Reforma, libertad, justicia y ley. Esa era la proclama con la que Emiliano Zapataterrminaba sus alocuciones públicas. En muchos casos, pueblo por pueblo y comunidad por comunidad, en la gran campaña que el Ejército Libertador del Sur que él mismo comandaba, libró durante la Revolución Mexicana en los estados de Morelos, Puebla, Guerrero, Tlaxcala, Oaxaca, Chiapas y Tabasco, hasta alcanzar Ciudad de México.
De base agraria y con reivindicaciones básicamente campesinas, diferentes y a veces opuestas a las de los frentes liderados por Venustiano Carranza, Pascual Orozco o Pancho Villa en el norte y centro del país, al Ejército de Zapata le tocó librar tanto una batalla militar como didáctica para explicar sus posicionamientos a esas bases sociales a quienes aseguraba representar. Incluso utilizando la lengua náhuatl como práctico canal de comunicación.
Ante comunidades sin más formación ni información que la que traían los hombres armados, con una cultura caudillista y sin más institución que la Iglesia y la herencia del Virreinato como nexo de cohesión con el resto del país, Zapata se dedicó en persona a demostrar ese liderazgo y poder que exigía la situación y aleccionar, a su vez, a los pueblos liberados sobre las ventajas de la Revolución. Además de situar arevolucionarios auténticos y falsos revolucionarios en ese magma de fuerzas, facciones y gobiernos que fue la Revolución mexicana o revoluciones y guerra de facciones, como considera la historiografía actual– a partir de 1910 y hasta una fecha que algunos historiadores sitúan en 1940.
Este discurso, que el propio Zapata tituló“A los pueblos engañados” y pronunció en Tlaltizapán (Morelos) el 22 de agosto de 1918, no deja de ser uno de esos ejercicios de didáctica para tratar de explicar las bases de su ideario y la traición del Gobierno federal ejercido en ese momento por Venustiano Carranza. Además de solicitar su apoyo material a la causa.
Zapata apoya su argumentario en la ley virreinal, que amparaba la propiedad de las tierras en manos del campesinado, y el documento que articulaba y daba sentido a su revuelta: el Plan de Ayala, donde se justificaba el recurso a la lucha armada para restituir la propiedad de las tierras a los campesinos, tal como la herencia colonial había dejado legislado.
De ahí que el cumplimiento de la ley y el impulso de las reformas necesarias para ello, la libertad que aportaba al campesino poder trabajar sus propias tierras y la justicia de los pueblos en un sentido amplio articulasen un ideario sencillo y oportuno –aún a día de hoy– que muchas comunidades, indígenas y mestizas, siguen haciendo suyo en los estados del sur de México.
El camino del héroe, Emiliano Zapata»