“Huerta ordenó que me jusilarán”: Francisco Villa preso

El 20 de octubre de 1912 el Diario El Imparcial publicó una entrevista, ofrecida al diario La Tribuna, a Francisco Villa, quien se encontraba detenido en Lecumberri en la Ciudad de México por insubordinación durante la campaña contra los orozquistas en Chihuahua:

“Lo que el Gobierno ha hecho y está haciendo conmigo, es la mayor de las ingratitudes”. Esto decía el exjefe revolucionario Francisco Villa, sentado en la pequeña banca en que los reos confinados en la Penitenciaría reciben sus visitas.

Bajo la cachucha negra que cubría la cabeza del hercúleo ranchero chihuahuense, su cara tostada por el sol encendiese, a veces en ira y los ojos pequeños y de mirada indescifrable, lanzaban relámpagos de indignación.

Villa ingresando a Lecumberri.


Nuestra charla se deslizaba casi en secreto, dada la presencia del celador que, con cara de pocos amigos, nos vigilaba desde la puerta, y un gran silencio envolvía la inmensa y fría cárcel, cuyas amplias galerías se hallaban a aquella hora, bañadas por el sol. Rústico, disparatado al hablar, pero con ademanes y entonación no desprovistos de sinceridad, el ex paladín del maderismo habló…


-La iniquidad que se está cometiendo conmigo no tiene nombre. Se me acusa de robos, de saqueos, de no se cuantas otras cosas, ¡Puras mentiras! La verdad es que yo soy una víctima de los envidiosos y de los intrigantes. La campaña que yo acabo de hacer en el Norte a favor del Gobierno, vale medio millón de pesos y a mí se me acusa de haber dispuesto de ciento cincuenta mil. Los préstamos que tomé en Parral, fueron exigidos por mí, porque así me lo ordenó el gobernador de Chihuahua, cuando yo pedía fondos para dar de comer a “mis muchachos”.

Cincuenta y seis días hacía que no recibían su paga ¿Con que quiere usted que yo les tapara la boca? Tomé los préstamos, pagué lo haberes y equipé a todos de uniformes, gorras, tejanas, monturas, etcétera. Tengo las cartas del gobernador para probarlo. Ahora me piden la distribución de ese dinero; me exigen cuentas exactas de cómo lo invertí, y me es imposible darlas, porque al aprehenderme y desarmarme dos coroneles por órdenes del general Huerta, echaron mano de cuanto yo tenía, la maleta del archivo inclusive, donde estaban las facturas, listas de pago, recibos y papeles que acrediten los gastos que hice. Es más, si me pregunta usted por mi rifle, no sabré darle razón de él.

¿Y la insubordinación?

¡Insubordinación! Si yo me hubiera insubordinado habría habido una matazón espantosa… Tenía yo a mis órdenes a setecientos muchachos, la flor y nata de Chihuahua. Que lo diga el señor Madero, que lo diga el general Huerta. Esa gente, que me ha sido fiel como un perro, habría obedecido cualquier orden mía, y el primer encontrón en caso de rebelarme, lo hubiéramos tenido con el mismo ejército federal, y excuso decirle la que se arma allí mismo.

Además, un hombre que piensa o quiere insubordinarse, no se presenta solo ante una división, mucho menos cuando tiene a la espalda gente fina que lo secunde. A mi me mando llamar el general Huerta y fui a ver que quería, inmediatamente que me le presenté, ordenó que me desarmaran, me pusieron preso y me “jusilaran”. A la media hora me formaron cuadro.

Villa con su abogado en Lecumberri.

Le debo la vida al coronel Rubio Navarrete, a quien regalé mi caballo retinto, un caballo de a mil quinientos pesos. Cuando me indultaron, el general Huerta, sin decirme palabra, hizo que se me metiera en un tren con una escolta y me trajeran a México. Y aquí me tiene usted, en esta maldita cárcel, con la que me pagan el haber ayudado al señor Madero en la revolución de 1910, y en la última campaña contra Pascual Orozco ¡Sí yo hubiera sabido esto, cualquier día me meto en estas cosas!

Y de Orozco, ¿qué dice usted?


-Que es un bellaco más cínico que ha nacido en Chihuahua. Ni es valiente, ni es hombre, ni ha peleado jamás. A Orozco lo “hicieron” los periódicos, lo levantaron en la prensa; pero en lo positivo, no vale nada. Que lo digan todos los revolucionarios, que lo diga el mismo presidente. Mientras yo entraba siempre por delante, onde estaba más juerte la ñublina de balazos, Orozco se ocultaba o se emborrachaba. El general Huerta le consta que yo siempre estaba en la vanguardia, y que nunca me derrotaron. Pero Orozco no es capaz de pararse donde me paro yo. Créamelo usted.


Calló unos instantes, mientras se atusaba los mal cuidados mostachos y luego prosiguió, en un arranque de franqueza:


-¿Quiere usted que le diga porque estoy aquí? Por las famosas charreteras de Brigadier que me dio don Francisco, y porque me tienen miedo, ¡puritito miedo, hablando en plata! Yo no se pa qué se le ocurrió al señor Madero hacerme brigadier. Yo nunca le pedí charreteras ni fajas, ni nada de eso. Quería yo acabar la campaña contra Orozco y retirarme después a mi rancho, cerca de Chihuahua. ¡Mi rancho! No queda de él un solo semoviente. Todos mis animales, mulada, caballada, se los llevaron para “las artillerías” de Orozco, después de haber quemado mis trigos. La aventura me cuesta más de quince mil pesos.

¡Para esto!…


El celador nos dice que la visita ha concluido. Nos ponemos de pie y antes de despedirnos, Villa recomienda:


-No se le olvide decir que estoy aquí porque me tienen miedo, a falta de tenerme agradecimiento…

Francisco Villa intentó sin éxito tener una entrevista con el presidente Francisco I. Madero para abogar por su libertad. El 7 de noviembre de 1912 fue trasladado a la prisión de Santiago Tlatelolco, donde conoció al general Bernardo Reyes. Sin esperanzas de salir de prisión por medios legales, Villa empezó a planear su fuga, la cual concretó el 25 de diciembre de ese año.

Francisco Villa llega a la guarnición de la plaza para ser procesado. 1912. México, Secretaría de Cultura. INAH.