El caballo criollo mexicano
El caballo “Criollo” Mexicano es el caballo nacional, por así decirlo, de México. Estos caballos se desarrollaron a base de los caballos que fueron traídos a México desde la isla de Cuba durante la década de 1520.
No descienden, como muchos piensan, de los caballos que Hernán Cortés trajo en 1519, sino de los caballos que se introdujeron posteriormente, especialmente después de la caída del Imperio Mexica en 1521.
El caballo criollo mexicano por lo regular es ligero, de baja alzada que en promedio variaba de entre 1.22 a 1.45 metros.
Posee una fina y delicada cabeza, con fosas nasales anchas, cuello corto y orejas pequeñas. Sus extremidades son delgadas y finas pero fuertes, con cascos pequeños, duros y resistentes. En el pasado el pelaje era diverso y se encontraba de todo, pero algunas personas me han comentado que predominaban los zainos, alazanes, grullos, moros, ruanos, bayos, y sus diferentes variantes.
Para la mayoría de los extranjeros, especialmente los estadounidenses, los caballos mexicanos eran feos, toscos, y difíciles de domar. Pero lo que les faltaba en belleza lo compensaban con su resistencia, agilidad e inteligencia. El caballo mexicano era fuerte y osado para el trabajo, vigoroso, resistente a las fatigas y enfermedades.
Y esto era exactamente lo que más admiraban los extranjeros de este caballo, su fuerza y su resistencia. El caballo mexicano podía recorrer larguísimas distancias, sin parar, con poco alimento y agua, y parecía nunca cansarse. Esta cualidad se debió principalmente a que se criaban de manera salvaje y porque la marcha o “aire” común era el “paso”, similar a la “ambladura”. Fueron muchos los extranjeros que relataron historias de como los caballos mexicanos, a pesar de su tamaño, podían resistir largas distancias. Alexander Forbes Barrister, en su libro “A Trip to Mexico 1849-50 (1850), nos dice:
“Los caballos mexicanos son los únicos que he visto aptos para recorrer distancias tan largas. Su paso es o bien “el paso” (ambladura) o un trote muy suave. Siempre continúan al mismo ritmo y nunca se detienen. Son muy pequeños, pero su poder de resistencia es maravilloso; sea testigo de mi última cabalgata de unas cuarenta y cinco millas a caballo antes del desayuno, las últimas diez, debo añadir, al galope.
Uno de mis mozos iba montado en un viejo caballo blanco, que lo había traído desde la Ciudad de México; éste había partido apenas catorce días antes, y sólo se detuvo un día en el camino, en Guadalaxara, donde lo encontré: la distancia es de más de seiscientas millas. Pregunté a este hombre cuánto podían andar los caballos en el trabajo regular, y me dijo veinte leguas diarias, con tal que tuvieran una pata para pararse.”
Por PanchoVillaMx