Entre caudillos y traiciones: cuando quisieron domesticar la Revolución

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Ciudad de México.— A apenas dos meses de la renuncia de Porfirio Díaz, la Revolución Mexicana comenzó a fracturarse desde dentro.
En julio de 1911, Francisco I. Madero viajó personalmente a Morelos para negociar con Emiliano Zapata el licenciamiento de sus tropas, en un intento por consolidar la paz tras el triunfo del movimiento armado. Pero lo que parecía el inicio de una transición ordenada terminó por evidenciar las profundas diferencias entre los líderes revolucionarios.
Aunque Madero buscaba una salida diplomática, el gobierno interino de Francisco León de la Barra tenía otras intenciones. Bajo su dirección, se exigió el desarme incondicional de los zapatistas y se ordenó al ejército federal —comandado por Victoriano Huerta— presionar militarmente a las fuerzas del sur para obligarlas a entregar sus armas sin concesiones.
El episodio marcó un punto de quiebre: mientras Madero confiaba en una conciliación entre facciones, los zapatistas veían con desconfianza cómo el antiguo régimen regresaba al poder por la puerta trasera. No pasó mucho tiempo antes de que Zapata rompiera con Madero, acusándolo de traicionar los ideales revolucionarios, particularmente el de la reforma agraria.
Esta etapa temprana de tensiones dejó en evidencia una dinámica que se repetiría durante toda la Revolución: mientras algunos líderes aceptaban pactar con el nuevo gobierno —los llamados villistas domesticados o revolucionarios institucionalizados—, otros como Zapata y, más tarde, Villa, se resistían a cualquier imposición que no cumpliera con las demandas populares.
El intento de “pacificar” a los caudillos a través de la fuerza o la negociación desigual terminó, una y otra vez, desatando nuevos ciclos de violencia.
Más de un siglo después, el episodio continúa siendo un recordatorio de que las revoluciones no se ganan sólo con la caída de un dictador, sino con el cumplimiento efectivo de las causas que les dan origen.

Por PanchoVillaMx