La ultima hazaña de Pancho Villa
Por Jesus Vargas
Estampa villista 14.
El ferrocarrilero Luciano Cedillo Vázquez de Torreón Coahuila escribió el testimonio: “De Juan Soldado a Juan Rielero!”. Seleccioné dos de los doce capítulos: “Pancho Villa, el gran bandido” y “La última hazaña de Pancho Villa”. Por ahora publico el segundo aprovechando las fechas navideñas.
LA ULTIMA HAZAÑA DE PANCHO VILLA
Era la Navidad de 1916; la Revolución triunfante hacía mucho que se había dividido en Villistas y Carrancistas. Había pasado Celaya. La estrella del gran guerrillero ya no estaba en el cenit de su carrera. Se batía bravamente en el Estado de Chihuahua; pero de aquella avalancha que la División del Norte no quedaba casi nada.
Muchos de los mejores lugartenientes de Villa habían muerto, otros habían desertado; pero el Centauro no se rendía y seguían cabalgando por aquellas llanuras, por aquellas serranías. Nadie suponía que en tales condiciones Villa fuera capaz de descolgarse hasta La Laguna; pero el hombre de las travesías increíbles y los golpes audaces había dicho a sus hombres que comerían buñuelos en Torreón, y lo cumplió.
La proximidad de las tropas villistas –pura caballería– no se conoció hasta que casi estuvieron sobre la ciudad, es decir, cerca del mediodía del 24 de diciembre. Con experiencia ya sobre lo que significaba quedarse en nuestro barrio durante los combates, mis padres organizaron a toda prisa la retirada y se surtieron de comestibles. Fuimos pues a dar al centro de la ciudad, a la casa de unos parientes, y allí esperamos el desarrollo de los acontecimientos. Esta vez fue algo fulgurante; la guarnición carrancista, muy superior en número a las fuerzas villistas, pero cogida casi por sorpresa, no pudo prepararse debidamente y las cargas salvajes de la caballería de Villa la doblegaron rápidamente.
El combate principió como a las tres de la tarde del día 24 de diciembre, y para las nueve de la mañana siguiente, Pancho Villa desfilaba triunfal por las calles de Torreón.
Nosotros nos dimos cuenta de que la derrota de los carrancistas era inevitable desde la medianoche del 24, cuando sigilosamente tocaron a la puerta de la casa donde nos hospedábamos y una voz cuchicheó, casi suplicó desde afuera: —Eustacia, Eustacia, soy yo, ábreme. Era el marido de una de las parientes, soldado en las fuerzas carrancista, que estaba desertando en vista de la inminencia de la derrota. Y lo que es el miedo: el hombre no se conformó con ocultarse en la casa, sino que verdaderamente aterrorizado fue a meterse a un cocedor de pan que había en el patio, al cual le taparon la puerta como pudieron para disimular la presencia de aquel soldado. Puede ser que sus precauciones no hayan sido excesivas, porque por la mañana las fuerzas villistas cazaron todavía a dos soldados carrancistas que se habían quedado rezagados; los dos quedaron muertos, muy cerca del Palacio Municipal.
(…)
Poco tuvieron en su poder la plaza de Torreón los villistas; el Centauro sabía que no podía retenerla y sólo estuvo en ella unos días para surtirse de elementos que necesitaba y después la evacuó, saliendo nuevamente rumbo al estado de Chihuahua.
Pasó el tiempo. Y mientras Villa seguía cabalgando por las serranías norteñas, Carranza cayó asesinado en Tlaxcalaltongo.
Siendo ya Presidente Provisional de la República don Adolfo de la Huerta, y considerando el Centauro que no había ya motivo para seguir la lucha, aceptó la amnistía que le ofreció el Gobierno, y se retiró a vivir en paz a Canutillo. Los que han escrito a fondo sobre este asunto, y que estuvieron al tanto de las condiciones en que se arregló, han llegado a asegurar que en realidad fue el Gobierno el que se amnistió con Villa. Lo cierto es que Pancho Vila se retiró a vivir a Canutillo y el tiempo siguió su marcha.
Por mi parte, yo seguí en la escuela primaria. Y una tarde, ya en 1923, una gran cabeza con letras rojas del diario La Opinión me dejó atónito:
EL GENERAL FRANCISCO VILLA ASESINADO EN PARRAL.
Todo mundo sabe quién lo mandó asesinar y por qué; se conoce también la forma infame cómo lo mataron. ¡Ah, pero a los que tramaron su muerte, ni aun después de lo de Huitzilac les llaman asesinos! ¿Y saben ustedes por qué? Pues porque se trata de gente “decente”, que sabe leer, que es instruida y hasta se perfuma; no es como nosotros, o como Pancho Villa. Según los “decentes”, a éste sí hay que llamarle asesino y bandido; ¿qué derecho tiene a que se le llame de otro modo, si fue casi analfabeta, si fue un mexicano salido de mero abajo? Estos, cuando matan aunque sea por una causa justa, son siempre asesinos, y si tocan la propiedad, aunque sea mal habida, son siempre bandidos. En cambio de aquéllos se dice, cuando matan –aunque sea con la mayor felonía–, que están haciendo “justicia”, y cuando roban millones se les llama “financieros”.
Dos estatuas tengo yo conocimiento que existen de Pancho Villa en nuestro país, (…) oficialmente no sé que se le haya levantado alguna. No importa; tiene una y muy grande en el corazón de la mayoría de los mexicanos, de esos millones de mexicanos que todavía hoy, cuando quieren echar de su pecho el coraje y la desilusión frente a tantas promesas incumplidas, frente a tantos principios de la revolución traicionados, lanzan al aire el grito bronco, inolvidable: “Viva Villa, jijos…”
por Jesus Vargas