Un general Monje, apóstol, ermitaño y toreador: Las costumbres de Santos Degollado
Santos Degollado es uno de esos personajes llenos de curiosidad en nuestra historia nacional, sus conocidos y allegados lo catalogan como hombre austero, honrado, casi un monje ermitaño y al final de su vida como un mártir de la Reforma, sus enemigos (conservadores y varios liberales) lo tachan de mediocre, tonto, y culpable del robo a la catedral de Morelia durante la Guerra de los Tres Años, era este peculiar general (Que no quería serlo) tenía ciertas costumbres que admiran a algunos historiadores, pues no es propio de uno de los personajes más importantes de la Reforma Liberal.
Nació el 30 de octubre de 1811 en la antigua Intendencia de Guanajuato, creció en una pobreza severa ya que su padre se unió a la insurgencia y por esa razón el gobierno virreinal les confisco todos sus bienes, su nombre real era José Nemesio Francisco Degollado Sánchez, se le llamo Santos porque según los registros eclesiásticos fue Bautizado el día 1 de noviembre, el día de todos los Santos, uno de sus pasatiempos favoritos era su afición por los toro, en especial por la monta de los Toros, el Jaripeo.
Por 20 años fue secretario y sacristán de la catedral de Morelia, ahí se hizo de una versada arte lingüística, sabia latín, griego, hebreo y árabe, a parte se le conocía entre sus pasatiempos la geografía, filosofía, física, gramática, matemáticas, jurisprudencia, historia universal y teología.
En una de esas tantas anécdotas que se cuenta de él hay una que cuenta que, en la localidad de Zapotlán, se había organizado un Jaripeo al que don Santos fue vestido de traje de Gala con todo y sombrero de copa, ahí ninguno de los jinetes había podido permanecer arriba del Toro, Santos Degollado desde las gradas gritaba que debían aflojar más el pretal, hasta que uno de los vaqueros lo reto a subir al animal, Degollado muy valiente subió al animal y resistió las envestidas y saltos, hasta que cansado se postro en el suelo y Degollado bajo sin ninguna seña de agotamiento.
Otra de esas anécdotas relata la austeridad de este general, aunque durmiera en casa de ricos conocidos, siempre dormía en el suelo sobre una vieja piel de Búfalo que traía entre sus haberes, no le gustaba que le organizaran baquetas en las ciudades que visitaba, le gustaba coser la ropa de sus oficiales, su propia ropa y la de su estado mayor, siempre para ahorrar recursos y según el “no malacostumbrarse”, sus compañeros y sus subordinados decían:
“Este don Santitos es como la muerte de Apango: ni chupa, ni bebe, ni va al fandango”
Sedecias.
Por PanchoVillaMx