Las mujeres supuestamente violadas y quemadas en Namiquipa
Tomado del texto de Jesús Vargas Estampas villistas 6.
Villa contra todo y contra todos. México 1963.
Por Alberto Calzadíaz
El pueblo de Namiquipa en llamas.
Corrían los días de la primera semana del mes de abril de 1917, y por alguna razón los “sociales” de Bachíniva, se habían concentrado en Namiquipa, comandados por los hermanos Colmenero. Una noche en que nadie esperaba nada, los jefes sociales se festejaban alegremente con un baile con música pueblerina y alegre.
Los habitantes namiquipenses que no participaban de la alegría, se habían recogido en sus hogares como era costumbre. Desde muy temprano encerraron sus animales en los corrales.
Todo estaba tranquilo: pero, al rayar el alba cayeron sobre el pueblo los villistas, que como apaches se desparramaron por todo el pueblo corriendo en sus caballos desbocados. La mayoría de los hombres del lugar apenas si tuvieron tiempo para montar en sus bestias –muchos en pelo–, y salir en ellas a toda carrera por el llano con rumbo a la sierra.
Al rayar el alba cayeron sobre el pueblo los villistas donde se encontraban los jefes sociales entregados al baile. Rápidamente, como unos meteoros tomaron sus caballos, y a toda carrera de sus corceles salieron del pueblo.
Todavía no aclaraba… qué amanecer tan triste… a las cuatro de la mañana. Sobre la parte norte del pueblo se cargó el grueso de los atacantes.
Cambiaron balas, y en un llanito cayeron muertos los hermanos Colmeneros (jefes de los “sociales”). ¡Viva Villa!, se escuchaba de cerca y a lo lejos.
Namiquipa fue incendiado por el jefe villista Miguel García en un veinte por ciento de sus casas, y los crímenes se sucedieron a granel, cometidos por algunos oficiales de los que pomposamente se decían “dorados”, aunque en realidad no hayan sido más que unas mugres. (Todavía viven algunos de esos maleantes, rondan su miseria por las calles de ciudad Juárez.).
Aprehendieron a mi abuelo y se lo llevaron al extremo del solar y ya frente al pelotón de ejecución, el hijo menor, casi un niño, se le abrazó a las piernas llorando, y el oficial de la escolta, enternecido y por lo que sea, suspendió la ejecución y lo llevó a la casa, donde lo dejó bajo vigilancia.
Pero, en esos momentos llegó a la casa del señor Catarino Ponce, un jefe villista amigo de mi abuelo desde mucho tiempo atrás, y desde ese instante cambió la suerte.
A mi tío Gregorio se lo habían llevado, el coronel Carmen Delgado (su amigo) ordenó que lo dejaran libre y luego le dijo a mi tío: “Mire, Goyito, vaya a la casa de don Pedro Barrera y le dice que yo necesito una recámara, y allí me cuida usted a esta muchacha”. La llevaba en su caballo y era una hermosa señorita, hermana de los Colmenero.
Ella iba a pagar con su honor los desmanes que sus hermanos habían cometido con gentes que no cometieron otro crimen, que haber sido simpatizadores del villismo, como todos los fueron cuando Villa se hallaba de triunfo.
Las mujeres todas, fueron avisadas de que se presentaran ante el general Villa en el Cuartel General que estaba establecido en el barrio del Molino, y cuando un centenar de esas infelices caminaban a ver a Villa, las encontró un jefe y les dijo que el general Villa no había dado esa orden, éstas casi llorando de gusto, siguieron el camino rumbo a la casa donde estaba Villa. La guardia les marcó el alto y no las dejó que se acercaran. Salió el general Villa y las interrogó sobre el motivo que tenían para estar allí.
“Nos ordenaron que nos presentáramos ante usted”, explicaron las mujeres.
“Yo no he dado esa orden. Para qué quiero yo a tanta vieja. Retírense a sus casas”, es lo mejor que pueden hacer, les dijo Villa.
Para entonces, ya el coronel Belisario Ruiz, había dispuesto que se juntaran todas las muchachas de las familias decentes en la casa de doña Francisquita Barrera, donde una guardia especial las cuidaría. (Esas son las mujeres que luego los enemigos de Villa nos habrían de contar que habían sido quemadas vivas.).
En verdad, no quemaron a ninguna mujer, y menos a mujeres dentro de ninguna casa. Es mentira. Se cometieron muchos desmanes y los ejecutaron los llamados indispensables, que ahora todavía presumen de haber sido de la escolta de “dorados”.
Los Dorados fueron otros.
Quemaron casas, pero no todas las de los que en realidad eran enemigos de Villa, sin embargo, las personas que nada tenían que ver, por no haberse mezclado en ningún bando, nada tuvieron que lamentar.
La casa de mi familia ningún daño sufrió y así sucedió con centenares de casas. Al señor Desiderio Lafont, comerciante, nadie lo molestó para nada. Sí hubo mujeres que los soldados las traían de un lado a otro, como sucede en otras partes, hubo muchachas y mujeres que por su voluntad se entregaron a los soldados de su gusto.
Eso es muy humano.
Por PanchoVillaMx