El mayor enigma de Hernán Cortés fue su tumba. Entre el siglo XIX y el XX se dio por desaparecida y alimentó uno de los grandes misterios históricos de América. Hubo quien pensó que había sido saqueada, otros especularon con el extravío y algunos convirtieron el caso en una metáfora del destino de España en México.

La verdad no andaba ni lejos ni cerca. Pero aún hoy, cuando la tumba del conquistador se pierde en el olvido, mantiene su capacidad de sorpresa.

“En 1541 Cortés regresó a España definitivamente; en los años siguientes planeaba su regreso a México; sin embargo, el 2 de diciembre de 1547 la muerte lo sorprendió en Castilleja de la Cuesta en la provincia de Sevilla y sus restos fueron sepultados en el Monasterio de San Isidoro del Campo en la misma provincia, con un epitafio en su lápida mortuoria de su hijo mexicano Martín Cortés Zúñiga.

En 1566, por decisión de los familiares, los restos mortales de Cortés son trasladados de regreso a la Nueva España para ser sepultados al lado de una de sus hijas, en el templo de San Francisco de Texcoco.

Años después en 1629, a la muerte del último de sus descendientes masculinos, Pedro Cortés, los despojos del conquistador son inhumados y llevados al lado de los de su hijo en el templo del convento de San Francisco en la Ciudad de México, justo en un pequeño nicho detrás del sagrario. En 1716, con el inicio de la remodelación del templo los restos son trasladados a la parte posterior del retablo mayor.

En 1794, por órdenes del gobierno virreinal y cumpliendo los deseos testamentarios de Cortés, sus restos son llevados a la iglesia de Jesús de Nazareno, que se encuentra exactamente adosada al hospital del mismo nombre, ambos edificios mandados construir por el conquistador en 1524.”.

“En 1823, tras la Guerra de Independencia y ante la furia antiespañola que barría México, el ministro mexicano Lucas Alamán, como detalla el historiador Salvador Rueda, urdió una plan para evitar que cayera en manos de profanadores y fuera destruida.

El conquistador Hernan Cortes

Al tiempo que hacía creer que los despojos habían sido enviados a Italia, los ocultó primero bajo una tarima del Hospital de Jesús, el lugar donde la leyenda considera que Cortés y Moctezuma se vieron por primera vez, y 13 años después, tras un muro en la contigua Iglesia de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno.

La ubicación del nicho quedó silenciada y durante años permaneció en secreto hasta que en 1843, el propio Alamán, para evitar que su paradero cayera en el olvido, depositó en la embajada de España un acta del enterramiento clandestino. El documento, lejos de ver la luz, recibió tratamiento de secreto.

Dio igual que el embajador fuese conservador, liberal o republicano: de un siglo a otro, el papel nunca salió de la caja fuerte diplomática. Hernán Cortés hacía mucho que había dejado de ser realidad y se había convertido en un tabú en México y la buena relación con el país norteamericano pasaba por su olvido, incluido el de su tumba.

Así fue hasta que en 1946, un alto cargo del gobierno republicano en el exilio, de quien dependía la embajada, filtró una copia del documento. El 28 de noviembre de aquel año las reliquias fueron plenamente identificadas.

El hallazgo, tras 123 años de misterio desató antiguos demonios. Hubo quien pidió que los restos fueran arrojados al mar. Otros llegaron más lejos. Ante estos ataques, salió a la palestra el presidente del PSOE y exministro republicano Indalecio Prieto, exiliado en México y conocedor por su cargo del enigma.

Placa de Hernán Cortes

En un conmovedor artículo publicado en la prensa de la época, reveló la centenaria historia secreta y pidió la reconciliación. “México es el único país de América donde no ha muerto el rencor originado por la conquista. México prefirió devolver los restos al lugar al que los había arrojado la historia.

En 1947 fueron recolocados en un muro de la Iglesia de Jesús Nazareno. A la izquierda del altar. Ahí siguen. El templo, enclavado en una concurrida avenida del centro histórico, parece medio abandonado.

La tumba no se aprecia a simple vista ni está indicada por ningún letrero. Hay que llegar al fondo y mirar a la izquierda del altar. A dos metros del suelo se encuentra la placa que señala el lugar donde descansa el conquistador. Es de metal, sólo dice: Hernán Cortés 1485-1547.

*Extracto de un artículo de México Desconocido