Asesinatos, violaciones, saqueos por Álvaro Obregón
La revolución maderista en contra de Porfirio Díaz, encontró a Obregón nuevamente en su puesto de presidente municipal de Huatabampo, en el cual se convirtió en un sirviente fiel e incondicional de la administración porfiriana. Él fue la persona a la que Salido encargó la tarea de evitar que Madero hablara al pueblo de Huatabampo.
Obregón, servilmente, no sólo le notificó a Madero que no podía realizar su mitin de propaganda, sino que amenazó con fusilarlo si no abandonaba Huatabampo en dos horas. Cuando lo amenazó, Obregón se encontraba ebrio y Madero lo denunció públicamente al llegar a Nogales, Arizona.
Al triunfo de Madero, Obregón se echó a cuestas la tarea de conquistar al hombre que formaba la nueva administración en Sonora. Con halagos, tiene éxito al acercarse a José María Maytorena, el nuevo gobernador de Sonora, quien le permitió reclutar algunos hombres y salir a defender al estado en contra de las correrías de Pascual Orozco. Cuando ya tenía cincuenta hombres, Obregón fue ascendido a teniente coronel. Sus vicios, su mala conducta y todo tipo de afrentas y abusos cometidos por sus hombres, obligaron a Maytorena a retirarlo del servicio.
Sin embargo, poco después, debido a los repetidos esfuerzos de su gran amigo Benjamín Hill, Maytorena lo reinstaló y lo empleó en la campaña en contra de las fuerzas de Victoriano Huerta. Durante esta campaña, Obregón nuevamente fastidió a Maytorena con su falta de honestidad en el manejo de los dineros del ejército, ya que en varias ocasiones reportó combates que nunca tuvieron lugar y que le comprobaron ser una farsa.
Cuando Carranza llegó a Sonora, Obregón empezó a adularlo y a calumniar a Maytorena. Estas intrigas realizadas no sólo entre las autoridades, sino entre la tropa, ocasionaron la petición de Maytorena de que fuese retirado del servicio.
Pero Carranza, adulado por Obregón, empezó a tenerle confianza y lo puso al frente de las fuerzas que marcharon al sur del país. Fue a partir de esta época, que Obregón representó la comedia del heroísmo a la que tanto era afecto.
Las tropas de Huerta recibieron órdenes de retroceder hasta el centro de la república, de manera que Obregón ocupaba pueblos a medida que eran abandonados por el ejército, o atacaba por sorpresa pequeñas guarniciones y las exterminaba. Pueblos indefensos que cayeron en sus manos fueron inmediatamente saqueados y sus habitantes sometidos a los peores ultrajes por sus tropas. Obregón empezó entonces a robar en gran escala y a cometer asesinatos a sangre fría en condiciones brutales.
Después de un enconado combate en Sinaloa entre 500 soldados de Huerta y 5 mil de Obregón, los huertistas se rindieron. Obregón aceptó su capitulación bajo la promesa expresa de respetar sus vidas y ponerlos en libertad. Así que los soldados federales rindieron sus armas y se formaron en una larga fila esperando les fuese proporcionado algún alimento. Hizo entonces su aparición Obregón –primera vez que los soldados federales lo veían– y pidió que los oficiales dieran un paso al frente para rendirles los honores que se merecían por su rango.
Cuando los oficiales pasaron al frente, Obregón ordenó que fuesen inmediatamente ejecutados. Y los ejecutaron.
Otro ejemplo de su ferocidad, con la que horrorizó a todos los que lo presenciaron, es el siguiente: después de un combate en Sinaloa, ordenó que se publicara una invitación dirigida a todos los oficiales federales que estaban escondidos, para que se entregaran y sirvieran al ejército bajo sus órdenes. Obregón terminaba de comer y divertía a todos repitiendo la suerte de la cual nunca se cansaba: hacer que la gente repitiera de memoria las cartas de un paquete que había cortado él mismo, cuando un capitán federal se le presentó y dijo:
“General, he leído su invitación dirigida a los oficiales federales que deseen unirse a la revolución, para que vengan con usted y sean incorporados a sus regimientos. Soy un viejo soldado, tengo una familia grande y debo trabajar para sostener a mis hijos. He decidido confiar en usted y pedirle un empleo.”
“Muy bien”, le contestó Obregón, quien escribió algo en un papel que metió en un sobre, lo firmó y se lo entregó al capitán federal diciendo: “Lleve usted este sobre al coronel fulano de tal”.
Cuando el oficial salió del cuarto, alguien presente le preguntó a Obregón a cuál regimiento lo había asignado.
“A ninguno –le contestó–, le ordené por escrito al coronel que lo fusilara inmediatamente”.
Este acto es un destello de alguna forma de locura; pero el gusto de Obregón por derramar sangre le ha sido atribuido a su amigo el general Hill, quien, se dice, le dio el siguiente consejo:
¡Álvaro, si quieres ser grande, mata! Y después de las batallas de Santa Rosa, cerca de Guaymas, cuando las fuerzas del general Victoriano Huerta retrocedieron, algunos oficiales federales fueron hechos prisioneros. Entre ellos se encontraba un capitán de ingenieros graduado en el Colegio Militar de Chapultepec. Obregón ordenó que este oficial fuese fusilado, sin tener otra razón para hacerlo que la forma desdeñosa con la que se había referido a sus habilidades militares. Finalmente, a las 6:00 P.M. la Corte Marcial declaró inocente al capitán y en el curso de una hora Obregón ordenó nuevamente su arresto. Al enterarse de su detención, una comisión de damas se acercó a Obregón para, de acuerdo con la decisión de la Corte, pedirle la libertad del oficial. La respuesta de Obregón fue:
“Señoras, sé que ustedes juntaron dinero para ofrecerle un banquete a este hombre. Bueno, utilicen ese dinero para comprarle un ataúd, porque al amanecer haré que lo vuelven en pedazos.”
Obregón cumplió su palabra al pie de la letra y aquel joven oficial fue fusilado sin piedad en cuanto amaneció.
La hoja de servicios de Obregón está llena de actos similares que muestran una crueldad extrema y cobarde. Recientemente, José María Maytorena publicó un libro conteniendo muchas de las atrocidades cometidas por Obregón, quien jamás se atrevió a negar los cargos.
Su manía de elaborar frases rimbombantes que él cree sensacionales, lo aproxima al borde de la locura. Algunos ejemplos de estas frases son:
“Mi valor personal es el temor de mis enemigos”. “La guerra es un juego hecho sólo para hombres como yo”. “Todas las naciones del mundo están mirando mi espada.”
Esta última frase es verdad, porque el gobierno de Estados Unidos le envió una nota haciéndolo responsable de los ultrajes cometidos por sus soldados en la ciudad de México. Y cuando abandonó la ciudad, la dejó en manos de los zapatistas, que, aunque eran peones analfabetas, jamás cometieron los crímenes y desmanes de los cuales fue culpable Obregón.
Fue Álvaro Obregón quien, en la Convención de Aguascalientes, propuso que sus miembros defendieran a la Convención haciendo un juramento sobre la Patria y su Honor. Además, también propuso que los convencionistas debían besar y firmar la bandera nacional. También fue él quien evitó que los delegados civiles formasen parte de la Convención. Sin embargo, pocos días después aceptó las proposiciones de Carranza para que abandonase la Convención y fuera a Chihuahua con el propósito de convencer a Villa para que se le uniera. Al llegar a Chihuahua, lo primero que hizo Obregón fue tratar de sobornar y seducir a los oficiales de Villa.
Sin embargo, en vez de escuchar sus zalamerías, los oficiales informaron a su jefe, quien abofeteó, desarmó y personalmente aprehendió a Obregón. Algunos amigos influyentes se interpusieron para tratar de obtener su libertad, pero Obregón, paralizado por el susto, juró un odio eterno a Villa. Posteriormente, cuando debido a la cercanía de Villa, Obregón abandonó la ciudad de México, ordenó el saqueo de numerosas residencias y se llevó todos los caballos disponibles, desde los caballos de tiro hasta los de pura sangre. En una palabra, sólo dejó saqueo y desolación detrás de él.
Sin embargo, a pesar de que las acciones de Obregón son bien conocidas, sorprende ver cuán pronto son olvidadas y aparentemente hasta perdonadas, sólo porque se ha hecho elegir presidente de México. Resulta un misterio el por qué la burda descripción de Obregón del británico Dr. Dillon, es más rápidamente aceptada que la admirable descripción suya hecha por Blasco Ibáñez.
Obregón es un comediante y su única habilidad real es hacer trampas cuando juega a la baraja. Toma un mazo de cartas en sus manos y con el pretexto de contarlas, es capaz de marcarlas con la uña y mencionarlas en el mismo orden en el que las contó. Su habilidad es tal, que pocos jugadores de baraja pueden comparársele.
Cuando sus tropas dominaron Sonora, su primera preocupación fue (controlar el material rodante de los ferrocarriles, de tal manera, que logró evitar que los productores de trigo y garbanzo sacaran sus productos del estado. Todos ellos tuvieron que venderle a Obregón sus cosechas a precios ridículos. Con esta hábil maniobra, ganó más de un millón de dólares en poco tiempo. Y cuando conquistó la ciudad de México controló el poder absoluto en el Departamento del Tesoro y dispuso de papel moneda sin dar cuenta a nadie. Así consiguió suficiente dinero para comprar un millón y medio de dólares en barras de oro.
El parecido de Obregón con Antonio López de Santa Ana es de tal naturaleza, que se extiende a su manera de hablar y a sus teatrales declaraciones públicas. Constantemente habla con todos del honor, del valor, de la honestidad, de la madre patria y de la libertad, mientras que sus acciones son diametralmente opuestas a todas estas palabras. Durante la campaña electoral, disfruta mucho mezclarse con las clases trabajadoras y les predica sus doctrinas subversivas. Sin embargo, la facción obregonista se ha caracterizado por sus actos de violencia y sus vicios.
Documentos traducidos del Dr Rubén Osorio de la Universidad de Austin en Texas.
La Fragua de los Tiempos. Jesús Vargas.
Por PanchoVillaMx