El oro escondido del cerro del Culiacán

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Durante los tiempos de la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera, era común que los bandidos asaltaran haciendas, ranchos y viviendas en busca de objetos de valor como joyas, dinero y, por supuesto, el siempre codiciado oro.

Ante esta situación, los habitantes de distintas regiones del país buscaron formas de proteger su patrimonio. Dado que incluso los bancos eran objetivos frecuentes de los saqueadores, muchos optaron por esconder sus bienes de valor. Para ello, utilizaban recipientes como ollas de barro o cobre, costales, cajas de madera, entre otros, y los enterraban en lugares estratégicos como muros, pisos, pozos, zanjas, patios o macetas.

Mi papá me contaba que, cuando era niño, vivía en un rancho y llegó a ver latas llenas de dinero, producto de una tienda de raya. El dueño de aquella tienda solía enterrar sus ahorros en el cerro del Culiacán. Al morir, nunca reveló el lugar exacto, dejando a su familia en la ruina.

Con el tiempo, surgieron numerosos mitos en torno a los tesoros enterrados. Uno de ellos decía que si alguien hallaba el dinero sin ser el “destinado”, éste se convertía en cenizas. Se cuenta que, para engañar a posibles ladrones, algunos propietarios enterraban varias ollas: unas con oro y otras con cenizas, de modo que si encontraban estas últimas, pensaran que el oro se había desintegrado y desistieran de seguir buscando.

Otro mito decía que quienes robaban estos tesoros morían poco después. También se hablaba del “azogue”, un supuesto gas mortal que se generaba con el tiempo en los escondites del oro y la plata, y que al ser inhalado, causaba la muerte.

Finalmente, hay quienes creen que cuando un tesoro está cerca, la persona “elegida” para encontrarlo comienza a recibir señales. Para percibirlas, debe estar atenta al entorno: sonidos, clima, olores e incluso sensaciones. Algunos aseguran haber visto cómo la tierra “ardía” en ciertos lugares, fenómeno que podría explicarse por la combustión de compuestos liberados por materia vegetal o animal en descomposición —aunque no siempre está relacionado con la presencia de metales.

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